A menudo, los productores deben esperar varios días para comenzar la cosecha de cultivos que ya están listos. En esta época del año, la capacidad de las máquinas es insuficiente para satisfacer la alta demanda de trilla de soja y maíz, a los que se suman trigo, cebada, girasol y sorgo durante el resto del año.
Esta espera genera pérdidas para todos los actores de la cadena agrícola, así como para el Estado. Un ejemplo reciente de esto se dio con el devastador temporal que afectó a los granos gruesos: si bien los productores sufrieron daños, también habrá un impacto en la recaudación fiscal debido a que muchas hectáreas de soja, que prometían buenos rendimientos, no se cosecharán.
En palabras de Juan Balbín, productor de General Villegas, “la cosecha se demora demasiado en Argentina y se generan importantes pérdidas de rendimientos”. Balbín explica que los productores son cuidadosos en las etapas anteriores a la trilla, pero, al tercerizar la cosecha, a menudo se desconectan de los detalles de ese proceso. Esto refleja una actitud cómoda, ya que muchos dependen de imágenes satelitales y programas agrícolas digitales, pero rara vez salen al campo a medir los granos que quedan. En muchos casos, simplemente buscan que la máquina funcione rápidamente y termine la tarea lo antes posible.
La falta de contratistas que cuenten con máquinas modernas contribuye a estas demoras, que pueden extenderse hasta 30 días mientras se espera en el campo. Esto genera pérdidas que pueden ser mayores a las de una siembra o control de malezas tardío. La demora en la cosecha puede resultar en pérdidas clínicas, que se pueden medir con un aro, y subclínicas, derivadas de la movilización de nutrientes en los granos. Cada vez que llueve sobre un cultivo listo para cosechar, el proceso de germinación se activa, aunque se detiene a los dos o tres días cuando el grano se seca. Sin embargo, durante ese tiempo, se disuelven nutrientes y se afecta el peso de 1000 granos, lo que, multiplicado por los 16-18 millones de hectáreas de soja, puede traducirse en pérdidas millonarias. Por otro lado, los temporales con granizo durante la cosecha amplifican estas pérdidas clínicas.
La escasez de cosechadoras es un problema reconocido, atribuido a su alto costo. Las cosechadoras grandes, de 47 a 52 pies y 14 metros de ancho con plataforma de 24 surcos para maíz, tienen un precio que oscila entre 1 y 1.3 millones de dólares en Argentina. Las medianas, de 30 pies, cuestan alrededor de 500.000 dólares. Balbín critica que estos precios son entre un 70% y un 100% más altos que en países vecinos, debido a la alta carga impositiva sobre la importación de cosechadoras, que incluye IVA sobre el valor CIF, derechos de importación, Tasa de Estadística y otros tributos.
Balbín señala la urgente necesidad de aumentar la capacidad de trilla, destacando que esta tarea es tan estratégica como la pulverización. El elevado costo de las máquinas plantea un desafío para los contratistas y productores, que deben asumir gastos significativos para financiar la maquinaria a lo largo de varios años, especialmente con tasas de interés positivas, contrariamente a lo que sucedía hasta 2023.
Para amortizar una máquina costosa, se requiere trillar al menos 5000 hectáreas anuales, de las cuales al menos 3000 deberían ser de soja. Este uso contrasta significativamente con el de un productor estadounidense, que cuenta con su propia cosechadora y trilla de 500 a 600 hectáreas.
Ante esta situación, Balbín destaca la necesidad de aumentar la capacidad de trilla, una tarea esencial junto a la pulverización. Para lograrlo, es fundamental reducir los costos de las máquinas mediante la disminución de impuestos a las cosechadoras nuevas. Además, es crucial facilitar la importación de maquinaria usada, como se ha anunciado recientemente, para aprovechar equipos con pocas horas de uso en Estados Unidos y otros países, que podrían tener una vida útil considerable en Argentina.
“Contar con un parque de maquinaria con mayor capacidad diaria de trilla permitiría mitigar los efectos del cambio climático y acortar los tiempos de riesgo”, resalta Balbín. Según él, sería ideal pasar de un período de cosecha de soja de dos meses, donde el cultivo está expuesto a numerosas adversidades, a unas pocas semanas gracias a una mayor disponibilidad de equipos. En este contexto, los silobolsas facilitarían una cosecha rápida y una conservación adecuada del producto, evitando problemas logísticos de transporte o congestión en los centros de acopio.
Es importante recordar que las máquinas modernas tienen una capacidad de trabajo muy alta. Una cosechadora de 35 pies puede trillar entre 30 y 50 hectáreas de soja por día, si el cultivo está seco y no presenta malezas. Las de 50 pies pueden alcanzar hasta 100 hectáreas diarias. Además, los equipos más avanzados cuentan con una cámara combinada con inteligencia artificial que regula de manera autónoma la trilla según el estado del cultivo, la humedad, el viento y otros factores, sin necesitar intervención humana.
“Un aumento en la tarifa que se paga al contratista, que actualmente varía del 7% al 10%, no resolverá el problema de la cosecha prolongada, dado que los márgenes agrícolas actuales no lo permiten. Es esencial bajar los costos de la maquinaria para los operadores”, afirma Balbín.
“Se requieren decisiones urgentes en esta área, que beneficiarán a toda la cadena agrícola y, de manera indirecta, también aumentarán la recaudación impositiva para el Estado”, concluye.